Por Darío Brenman
“Después de la guerra de Malvinas y por mucho tiempo sentí que todo el trabajo que realizaba en Córdoba me resultaba un tanto banal y me demandó un largo tiempo volver a encontrar mi enfoque” relata a Nueva Sión el Rabino Felipe Yafe, uno de los capellanes judíos que estuvo en el conflicto del Atlántico Sur en 1982 asistiendo espiritualmente durante 20 días a los combatientes judíos.
¿Cómo se decidió su viaje para asistir a los soldados judíos en la Guerra de Malvinas?
Al poco tiempo que comenzara la guerra, la DAIA solicitó al gobierno dictatorial brindar capellanes judíos para poder asistir a los soldados judíos que iban la guerra de Malvinas. Marshall Meyer me consulto si quería viajar y le dije que aceptaba. En un principio no entendía la situación que estábamos viviendo en la Argentina ya que los últimos seis años había vivido en Israel y luego solo había estado viviendo unos pocos meses en Córdoba. Recuerdo que tuve una reunión con las autoridades de la DAIA donde me informaron del proceso político que se estaba viviendo.
¿Cuáles fueron sus expectativas antes de viajar al conflicto del Atlántico Sur?
En aquel momento yo sentí por un lado que mi rabinato se honraba al realizar mi trabajo en una situación verdaderamente extrema. Tenía esa expectativa de poder llevar mis experiencias a una situación mucho más concreta, a un servicio más franco. En segundo lugar sentía que podía hacer algo por la Argentina. Yo no soy un patriota sino que soy un judío argentino como cualquier otro, pero sabía que los soldados estaban en una guerra y yo tenía una herramienta con la cual los podía ayudar y generar una contribución para mi país. Viví esos intensos 20 días que estuve en el sur como una experiencia de crecimiento espiritual ya que siento que el estar cerca del frente de guerra me hizo mejor persona y me dio nuevas herramientas, que más tarde utilicé durante mi rabinato.
Usted pasó veinte días en Comodoro Rivadavia sin poder viajar a las Islas Malvinas…
En realidad existió esa posibilidad pero al final hubo una decisión del gobierno militar de que no lleguen civiles al campo de guerra, tal vez para protegernos o tal vez para ocultar la verdadera situación que estaban padeciendo los soldados.
¿Qué tareas realizó durante su estadía en el sur?
Cada mañana a las 8:00 venía el Mayor González, quien tenía predeterminado a qué lugar debía dirigirme. Recuerdo que el primer día hacía mucho frío y al llegar al destacamento su comandante gritó a los soldados que los que eran judíos den un paso adelante. En ese momento se juntaron unas 30 personas y recordando mis años como Madrij comencé a dialogar con ellos y especialmente a escuchar lo que cada uno tenía para decir. Casi inmediatamente se generó una catarata de voces de soldados que buscaban expresarse y contar sus experiencias a modo de desahogo. El miedo a la muerte era un tema recurrente dentro de estos espacios de diálogo que duraban alrededor de 1 hora. También realizaba charlas individuales con cada soldado que duraban unos 15 minutos, donde muchos se largaban a llorar, extrañaban a sus padres, expresaban las constantes tensiones que sufrían y algunos se horrorizaban al imaginarse a sus madres llorando la muerte de sus hijos.
¿Que otras tareas realizó en ese momento?
En Comodoro Rivadavia existía una pequeña comunidad judía con un templo y no más de 10 familias a la que durante mucho tiempo no se le prestó atención, pero cuando nos radicamos allí para realizar mis labores pedimos al gobierno militar que dé autorización a grupos de no más de 50 soldados judíos para que puedan visitar este templo y participar de un Kabalat Shabat. Esta fue una experiencia muy fuerte para mí ya que tenía que realizar una prédica para algunos pocos soldados que al día siguiente tenían que volver a Malvinas. Al mismo tiempo me sentía incómodo ya que me cuestionaba de qué manera podía hablarles, ya que ellos al día siguiente irían a la guerra y yo les hablaba desde mi comodidad en Comodoro Rivadavia.
¿Qué mensaje les brindaba a estos soldados en el Kabalat Shabat?
Les hablaba acerca de la confianza y de la vida. También acerca de las dificultades y obstáculos que debíamos superar constantemente para fortalecernos. Que cumplan su función pero que al mismo tiempo se cuiden mutuamente. Creo que más allá de las palabras, lo que importaba era la vivencia de estos jóvenes judíos que llegaban al templo y sentían esa sensación de comunidad. También a pesar de que los soldados en situación de guerra tenían prohibido comunicarse con sus familiares, aprovechábamos el refugio del templo para que ellos puedan llamar a sus padres y sentirse cercanos a ellos.
Debe tener muchas experiencias para contar…
Sí, recuerdo por ejemplo que me enviaron a un campamento de heridos donde un coronel preguntó nuevamente quienes de los soldados eran judíos. Solamente uno levanto la mano; sin embargo me permitieron visitar a otros soldados que no eran de nuestra colectividad, chicos argentinos que se encontraban en graves condiciones, muchos de ellos tenían los pies hinchados a causa del frío y otros con heridas de bala.
¿A estos soldados que no eran judíos les resultaba extraña su condición de rabino?
Por lo general eran chicos correntinos que no sabían lo que significa ser un rabino, pero al percibir que había alguien que estaba dispuesto a escucharlos, no tardaban en abrir su corazón. Me contaban de sus heridas y me pedían cigarrillos y nuevas mudas de ropa que yo luego encargaba….
Una vez que finalizó la guerra ¿Qué balance pudo elaborar acerca de esta experiencia?
Cuando volví lo primero que hice fue abrazar a mi familia pero por mucho tiempo sentí que todo el trabajo que realizaba en Córdoba me resultaba un tanto banal y me demandó un largo tiempo volver a encontrar mi enfoque. Al mismo tiempo luego de ver tantos soldados heridos, volví con un sentimiento de amargura a causa de la irresponsabilidad del ejército por haber enviado a centenares de jóvenes que no estaban preparados para afrontar esta guerra.